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Hace poco más de un año, mientras todos estábamos inmersos en nuestros proyectos, nuestros problemas, metidos en la vorágine del día a día, aparece una tal COVID-19. De la noche a la mañana, con la sensación de irrealidad que puede generar la peor película de zombies, nos encontramos amenazados, privados de nuestra libertad, y de nuestra sensación de seguridad. Pausamos nuestras vidas, sin cuestionarlo, llenos de incertidumbre y de miedo. Sin conciencia ninguna de lo que ocurría, firmamos sin rechistar la renuncia a la vida como la conocíamos hasta entonces.
En los años 70, Mashlow definió la jerarquía de necesidades humanas, y en la base de la pirámide, seguida de las necesidades fisiológicas básicas de supervivencia, ubicó la necesidad de seguridad. La seguridad es la ausencia de peligro o amenaza, la sensación total de confianza que se tiene en algo o en alguien.
Nuestro estado de bienestar a principios del año pasado, nos pone en las estadísticas como uno de los países “más felices del mundo”. Estamos poco o nada familiarizados con graves problemas de delincuencia, de terrorismo, y a nadie se le hace probable el estallido de una guerra. Es en este contexto, y muy orgullosos de una sanidad pública de alta calidad, aparece el miedo a morir.
La muerte, de la que nadie quiere hablar, irrumpe en nuestras casas, ataca a nuestras familias, llena los telediarios, y va dejándonos desnudos, desconcertados, en la más absoluta de las vulnerabilidad.
Nadie está a salvo. Tememos ir a la compra, salir a dar un paseo. Nos aterra la idea de mantener cualquier contacto con el exterior y con los demás.
En España 5 millones de personas viven solas. Al pánico y a la incertidumbre se le unen el silencio y la soledad.

Casi 13 meses después, el miedo se extiende a la vacunación, la ¿cuarta? ola, la variante africana, la inglesa, los trombos, las secuelas neurológicas… Un mar de incógnitas, enmarcadas en el agotamiento de una situación de estrés sostenido que dura demasiado, y en la nostalgia frustrada de una vida que no sabemos si volverá.

La salud mental se enfrenta a la cara B de la pandemia. La lucha contra la depresión, la ansiedad, las adicciones, el duelo. Urge elaborar estrategias para reinventarnos, y ser capaces de disfrutar, y de ser felices en este nuevo mundo, que se nos hace hostil y poco apetecible.
Tolerar, soportar, y entender que la vida está llena de obstáculos: es posible y muy probable que a todos nos ocurran cosas negativas y desagradables, y estas son las circunstancias que nos han tocado; injustamente, sin razones, sin justificaciones y sin culpables.

“Si no te gusta algo, cámbialo. Si no puedes cambiarlo, cambia de actitud”
Maya Angelou